“Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto?”
(Lucas 2, 48)
Tú llevas a cuestas una carga pesada. Apenas ayer, a pesar de
todas tus preocupaciones, hiciste un gran esfuerzo para ser
alegre y agradable. Tal vez trabajaste para otro hasta estar
rendido. Ahora vuelves a ser el mismo con tus problemas. Hay
algo muy dentro de ti que quisiera levantarse y exigir una
respuesta a la eterna pregunta: ¿Por qué yo? ¿Por qué he de
ser yo?…
Eso es simplemente humano, pero no debes amargarte. Además
debe servirte de consuelo el saber que la Virgen María tuvo
la misma duda: “Hijo mío ¿Por qué nos has hecho esto?”
(Lucas 2, 48). Dime ¿Hay alguna cosa que pueda hacerte sentir
más cerca de María que esta manifestación humana de
preocupación maternal, o en todo caso, todos los otros
incomprensibles hechos de su vida, aun al pie de la cruz?
Calladamente Ella estuvo de pie, sin quejarse.
Ahora tú preguntas: ¿por qué todo el terrible sufrimiento, las
decepciones, el dolor? ¿Hay algún propósito en todo esto?
Hay un verso que dice:
Cuando el dolor y el sufrimiento
tus compañeros son,
El Padre Celestial te está diciendo:
“Ven acércate a mi corazón”.
El amor de Dios hacia ti se manifiesta aún mejor ahora que ha
permitido que sufras. Por medio de ese dolor ha querido
purificarte, apartarte de la cosas mundanas y acercarte a Él. Sé
que vas a decir: “Dios me está castigando”, y crees que ya no
está de tu lado. Sin embargo, Él te ama, especialmente cuando
sufres pacientemente, porque entonces es como si cargaras su
propia cruz.
Sin embargo, deberás aceptar tu sufrimiento con verdadero
espíritu de penitencia, pues cada uno de nosotros tiene muchas
razones para pagar por sus propios pecados y por los de los
demás. Por medio del sufrimiento y del dolor puedes borrar,
aquí en la tierra, parte del castigo temporal que te espera por
tus pecados. Esto también es prueba del amor de Dios. Por lo
tanto, el sufrimiento y el dolor se convierten en peldaños de
la escalera de tu salvación y santificación.
Pero hay aún un significado más profundo en tu dolor. El dolor,
cuando se sufre resignadamente, amolda tu alma a la imagen
y semejanza de tu Salvador crucificado.
Si amas a Jesús, como seguramente lo haces,
¿no quisieras asemejarte un poquito más a Él?
Recuerda que a través del dolor y las penalidades de esta vida
tienes una maravillosa oportunidad para adquirir preciados
méritos para la eternidad. Algún día a la hora de morir, te
regocijarás por las ocasiones en que, como el oro, fuiste
purificado con el fuego del sufrimiento, y por los momentos
en que, como Cristo, caíste al suelo bajo el peso de la cruz.
Los momentos de placer y de prosperidad no te darán ningún
consuelo en ese momento. Pero bendito tres veces eres,
si has soportado en unión con Dios las pruebas que la vida te ha
puesto.
Tu sufrimiento también te ofrece la oportunidad de ser un
apóstol y ayudar a la salvación de muchas almas. Podríamos
decir que la Madre, Reina y Victoriosa Tres Veces Admirable
de Schoenstatt te sale al encuentro y te dice: Dame todos tus
sacrificios, dolores y penas para poder ofrecérselos a Dios. Ellos
serían fructíferos en la salvación de almas y en la reconstrucción
del mundo de acuerdo con los planes de Cristo. ¿Acaso puedes
negarle esto a la Madre de Gracia de Schoenstatt? ¿No te
gustaría llegar a ser una víctima de amor, a través de tus
esfuerzos y sacrificios, con objeto de ganar muchas gracias
para la conversión de las almas? Mira dentro de ti y fíjate si
Dios y nuestra Madre, Reina y Victoriosa Tres Veces Admirable
de Schoenstatt no están tratando de despertar en ti un espíritu
de sacrificio y acción heroica.
Tal vez el significado del dolor te sea un poco más claro ahora.
Sin embargo, puedes acudir a María con absoluta confianza.
Puede ser que Dios haya permitido tu dolor para que conozcas
el poder y la bondad de María. ¡Confía en Ella como un niño!
Entre más confíes, más lo lograrás. Como dice este rezo:
Ofrécele tu dolor y tus penas a María.
Ella dará consuelo a quien en su amor confía.
Oración
Madre querida, Reina y Victoriosa Tres Veces Admirable de
Schoenstatt, en tu sufrimiento has buscado a tu Hijo y lo has
encontrado. Todo tu dolor lo has resumido en la frase:
Hijo mío, ¿Por qué nos has hecho esto? A ti traigo
todas mis preocupaciones y te ruego con todo el fervor de mi
corazón que obtengas para mí las gracias que te pido. Que la
voluntad de Dios se haga en mí sobre todas las cosas. Amén.
Ejercicio
Repite esta idea hoy: “Mi sufrimiento tiene un profundo
significado y Dios hará lo que sea mejor”.